Para la Libertad, ¿Sangro, Lucho y pervivo?… ¿o ya no?

“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo
Para la libertad, mis ojos y mis manos
Como un árbol carnal, generoso y cautivo
Doy a los cirujanos”
Miguel Hernandez

Esa idea de la libertad frente a la barbarie, el terror, la dictadura, frente a la obligación, frente a todos aquellos mandatos que nos coartan es quizá una mirada que poco a poco se nos ha ido haciendo cada vez más difusa. Cuando uno piensa hoy en la libertad le cuesta encontrar dictadores tan sanguinarios, morales católicas tan doctrinarias o maestros que esculpen la letra con sangre. Esa libertad frente al ogro de la imposición se nos hace incluso cada vez más añorable. Quizá por eso luchamos en Twitter por aquellas causas aún claras, los refugiados, la ablación femenina, los derechos humanos en palestina.

Si. Es cierto. Esto es demagogia. La libertad, hoy, sigue teniendo muchos rostros claramente necesitados de ser mirados, y si, también propios. Y sin embargo también lo es que el terreno ha cambiado. De la imposición hemos pasado a la seducción, de la negatividad a la positividad (de que ser libre sea estar en contra de… a que pueda serlo el resistirse a seguir la corriente…), como certeramente identifica Byung-Chul Han. De hecho no son pocos los que hablan de este tiempo como el tiempo de la libertad, de las libertades.

Por eso se me antoja interesante este tema. Por eso me puse a pensar sobre la pregunta… Cuando hablamos de libertad hoy ¿de que hablamos? ¿De qué necesitamos liberarnos?

Nos encontramos en un tiempo en el que la bandera de lo posible se alza cómo horizonte abierto en el que desplegar nuestras infinitas decisiones (siempre y cuando haya dinero, claro). Sin embargo, ¿es tan claro este escenario? Es tan real nuestra posibilidad de elegir. Y sobre todo, ¿Cuánto hay de libertad en nuestra propia capacidad para decidir? ¿Cuánto hay de miedo a ser libre (Fromm)? ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por esta libertad? ¿Cuánto hay de repetición en nuestras supuestas elecciones libres? ¿Cuánto de automatismo?

En mis tiempos de trabajo en intervención social me asombraba ver como las personas elegían (elegíamos) a otras personas. Cómo nos reuníamos en grupos más o menos similares, historias cercanas que nos resonaban (y aun resuenan) mutuamente. Me asombraba ver como varias de las chicas de alguno de los pisos de protección de menores acababan eligiendo un mismo tipo de hombres,… y a la inversa, claro. O como algunos compañeros escogían el esfuerzo sin fin por ayudar a otros cómo motor para seguir viviendo, por mucho que cambiarán de puesto o como otros elegían posiciones de cada vez más rango ya estuvieran sirviendo en un bar o de coordinadores de un proyecto.

El tiempo nos ha ido poniendo en nuestro lugar. Dándonos cuenta de cuántas veces elegimos lo mismo una y otra vez. Cambia el objeto y permanece el patrón, sobre todo cuando hablamos de elecciones fundamentales. ¿Hasta qué punto soy libre? Más allá de libre en relación con los mercados, libre de la publicidad, del marketing brutal (mucho hay que hablar de esto) mi pregunta iba más a lo profundo, algo así como: ¿Hasta qué punto soy libre de mí mismo?

Cada vez me aburren más estas conversaciones en las que la libertad se usa como arma arrojadiza para constatar la decadencia de una sociedad que presuntamente nos permite todo. Una sociedad que nos ofrece todo tipo de libertades y ante la que respondemos con puro libertinaje e individualismo desaforado. ¿Acaso estamos siendo tan libres cuando elegimos este presunto libertinaje? ¿acaso es tan claro que todo se puede elegir? ¿cuantas de estas elecciones no son sino respuestas afirmativas a mensajes hondamente trabajados socialmente (compite, compra, eres quien decide, por que tu lo vales…)? ¿cuanto dinero se gastan para que elijamos lo que elegimos para luego condenarnos por hacerlo? ¿O cuantas de estas elecciones no son sino intentos desesperados de respuesta ante una sociedad que nos deja solas y que sigue expulsando a los y las que no producen o no se comportan como deberían?

Pienso que los cóndores de la moral siguen sobrevolando con esa mirada afilada de juicio que continua afirmando (con mayor sutileza) qué debemos o no debemos elegir. Es cierto que hemos perdido horizonte y que los marcos son otros (atrás quedó el catecismo).  Es cierto que cada vez es más importante el espacio de diálogo entre libertades de unos y de otras (Habermas) y también que el ejercicio de las libertades puede estar conduciendo a caminos sin retorno (colapso natural, perdida de los espacios relacionales, desigualdad…). Pero no nos engañemos… los estándares siguen ahí cono toda su fuerza. Así para mí sigue siendo claro el desfile de debeismos y los discursos vacios: «mi libertad termina dónde empieza la del otro” Blablabla… que mantienen férreos los espacios de aquello que somos libres o no de elegir. La exigencia de producir, la importancia de ser lógic@s, resuelt@s y operativ@s, la condena de lo instintivo, las dobles morales, la pretendida libertad sexual que sigue sin reconocer y aceptar el deseo en toda su expresión, crudeza y vitalidad, el imperio de la razón sobre el cuerpo y las emociones, la huida de las negatividades y el gobierno de la tan cacareada era de la felicidad…

¿Acaso no es necesario también hoy ganar en libertad, frente a un escenario totalmente diferente al de nuestros padres, pero que nos sigue coartando igual? ¿O es más útil y éticamente responsable que nos contengamos para hacer lo correcto, lo productivo, lo sensato, para alcanzar los objetivos racionalmente establecidos, para ser “buenas personas”? ¿Acaso no nos dejamos mucha piel y alma en este aparentar, o sincera y libremente elegir lo correcto?

Desde mi punto de vista existen (entre otros miles de miradas y enfoques) algunas ideas y claves que me han resultado sugerentes para responder a la pregunta…. Y sobre todo para entender mi lidiar con el ejercicio de mi propia libertad.

  • La primera clave ha sido entender que la libertad quizá sea algo que nunca se alcance, y más bien algo que vamos alcanzando. Pero también una búsqueda que puede ser muy concreta y que nos puede cambiar en el recorrido de adentrarnos en ella. Esa capacidad de vivir más sueltos, más capaces de elegir (con más conciencia). Más abiertos a la conexión con lo que sucede, con la vida, con el aquí y ahora (sobre todo relacional)… y no con tantos y tantos guiones y mensajes que nos llegan, que hemos tragado y que nos empujan a elegir de una u otra manera. Así la libertad no es un absoluto, ni una búsqueda quimérica, etérea, es algo concreto que nos ayuda a vivir con más soltura y aceptación. Y si, también es una búsqueda profunda y trascendente, un camino de vida que puede llegar a elevarse…. aunque como decía Albert Rams en este camino por el conocimiento de uno mismo es necesario pasar por la escuela infantil, primaria, etc… (el pico y pala de la terapia o del auto-y hetero- conocimiento) para llegar a la universidad de lo que trasciende.
  • En segundo lugar creo que avanzar en ese “ganar en” libertad, hoy, tiene que ver con entenderla contextualizada en un tiempo de seducción, en un tiempo de deseos y de marketing masivo. Hace poco escuchaba a Esther Perel decir que a día de hoy son muchas las parejas que se separan no tanto por vivir una situación insoportable sino porque podrían vivir una situación mejor. Si la vergüenza antes era abandonar (sobre todo en la mujer) quizá hoy lo sea permanecer cuando la cosa se pone complicada. No es  muy difícil de entender que en nuestro contexto concreto vivimos ante la sociedad más adicta de la historia (por cierto, qué poco me gusta este término cuando se trata de encasillar personas bajo la etiqueta, quizá mas cuando lo calificado es la normalidad que nos estandariza). Adicta no solo a un gran número de drogas, sino adicta al consumo, al trabajo, a la imagen y sobre todo a la producción sin fin. Cada quien elige. Elegimos, libremente, nuestras «adicciones». Así hoy, el miedo a la libertad quizás tiene otro rostro. Ser libre quizás hoy sea saber protegerse de esta invasión, para poder elegir estando en este mundo que tanto nos ofrece pero sin ser un mero producto (consumidor qué alimenta este mercado). ¿Hasta qué punto somos libres frente a este inmenso océano del mercado? ¿qué margen de libertad tenemos frente a este mundoconsumo? Muy sugerente es en este sentido esta alocución del siempre provocador Slavoj Zizek, sobre el consumismo con la CocaCola como ejemplo paradigmático.
  • En tercer lugar me parece fundamental poder entender cuáles son esas tramas que nos llevan a elegir. Cuáles son todos aquellos dictados que nos seducen más que otros y que constituyen el rango de amplitud de nuestra estrecha libertad. Ese viaje hacia uno mismo más allá de las razones y rumias que tanto nos ocupan pero que nada cambian. ¿Para qué elijo siempre trabajar tanto? ¿Por quién elijo dejarme seducir? ¿Qué gano cuando elijo a personas que abusan de mí? El camino hacia la conciencia de la propia libertad nos lleva a entender que en muchas ocasiones somos mucho menos libres de lo que creemos. La edad nos enseña mucho en este sentido. Recuerdo lo que quería ser cuando quería ser mayor, y el diálogo que tengo hoy con aquel niño. ¿Hasta qué punto soy libre de mi propio deseo, de mis propias filias y patrones de mi historia y de mis introyectos? ¿Cuánto hay de consciente en esto que elijo? ¿Cuánto emerge cuando toco mundos más allá de mi conciencia racional, mi cuerpo, mis sueños,…? De nuevo y de manera provocadora traigo a Zizek sin estar totalmente de acuerdo con el para ilustrar ese mundo inconsciente que se representa de tantas y tantas maneras y que tanto nos cuesta traer a la luz.

«nuestro fundamental engaño hoy no es creer en lo que solo es una ficción […]. Al contrario el engaño es no tomar las ficciones seriamente. Creer que es solo un juego cuando es una realidad más real de lo que parece. Por ejemplo la gente que juega videojuegos. Adoptan un personaje de pantalla de sádico, de violador o lo que sea… La idea sería que en la realidad soy una persona débil, entonces para tratar de suplementar mi debilidad real en la vida adopto la falsa imagen de una persona fuerte, sexualmente promiscua, etcétera… Esa sería la lectura corriente. Quiero parecer más fuerte, más atractivo, porque en la vida real soy lo contrario. Pero qué pasa si lo leemos de la manera opuesta, que ese fuerte, brutal violador, esa identidad, es mi verdadero ser en el sentido de que esta es la verdadera psiquis de mi ser, y que la vida real, por las restricciones sociales no me ha permitido realizarlo. Y no me he permitido realizarlo precisamente porque pienso que solo es un juego, que es sólo una persona una autoimagen que adopto en el espacio virtual. Puedo ser ahí más verdadero puedo actuar ahí una identidad más cercana a mi verdadero ser.»

  • Una cuarta clave, continuación de la anterior, tiene que ver con entender mi libertad dentro del contexto en el que soy. Del elemento articulado del grupo al que pertenezco. Hay algunas teorías de la locura (Laing) que hablan de que las personas que enloquecen en la familia son posiblemente las más sanas. Las que han sabido ver la locura del sistema y han actuado de la única forma razonable, volviéndose locas. ¿Hasta qué punto la libertad que proclamo tiene lugar en el grupo al que pertenezco? ¿Hasta qué punto no soy mero ejecutor de los mandatos que he recibido (el hermano que cuida de la familia, el niño que hace que todo el mundo se divierta, la niña hermosa que aprendió a gustar para que estuvieran contentos, el bebé que vino a traer la luz a la familia…)? Y desde ahí también hacia atrás. Patrones que se repiten en las familias, mensajes sobre el dinero, la pobreza, la felicidad, el deseo que llevamos íntimamente encarnados y que no dudamos en repetir con nuevos y mejores argumentos. En este punto me resulta muy sugerente la idea (gracias querido Miguel Dóniz), de qué la libertad se mueve en un polo entre la pertenencia y la identidad. Así, cuanto más ejercicio de libertad, mas identificación con mi propia identidad (sea esto lo que sea) y menos sensación de pertenencia. Y a la inversa. En este punto es atinada la pregunta: ¿Cuánto de pertenencia estoy dispuesto a pagar por el precio de mi libertad?… Pero también al contrario ¿Cuánta libertad estoy dispuesto a perder por el precio de la pertenencia?
  • Una última y breve clave para entender este mapa tiene que ver con comprender que libertad no es sólo expresión de deseo, no es sólo búsqueda y activación de lo que surge de mi, no es sólo catarsis, ni absolutismos de esencias por vivir, sino que en muchas ocasiones, también puede ser lo contrario: sostén, asimilación, cuidado de uno mismo, aceptación y por qué no, renuncia. Así la libertad se mueve en un espacio singular el que en ocasiones decisiones parejas significan caminos opuestos. A veces mi libertad va a tener que ver con ser capaz de caminar en contra del grupo para defender mi lugar, para afirmarme cómo esté ser singular que soy. En otras va a tener que ver con ser capaz de renunciar, de sostener el deseo sin actuarlo, o de posponerlo.

A partir de aquí hay muchos caminos y un camino solo, el propio. Y muchas maneras de hincarle el diente a este tema tan etéreo.

Me gusta la mirada que habla de la libertad como la capacidad concreta de elegir. Cómo esa elección que actualiza este estar hoy en mi vida de forma real. Así soy más libre en la medida en la que soy más consciente de elegir lo que quiero elegir. Me parece un aporte muy interesante. Enlentecer la decisión para hacerla consciente, concreta y actual. Si decidimos no es en base a un horizonte esencialista o ideal sino en base a un concreto aquí y ahora, a una realidad que en este momento nos exige una respuesta. La libertad nos la jugamos hoy, y también en momentos clave en los que elegimos uno u otro camino.

Por otra parte me sigue pareciendo fundamental el viaje hacia dentro, hacia el territorio de la propia libertad. Un viaje con muchas caras y formas. Desde mi experiencia es un viaje largo en el que uno se va dando cuenta de sus automatismos. Un transito de héroes y heroínas como el que nos planteaba este verano Claudio Naranjo. Ese viaje clásico en el que el príncipe rescata a la princesa (su propia alma o esencia) después de vencer al dragón para, tras la gran epopeya, emprender su camino de vuelta desde la Ítaca de cada quien y acabar desnudo frente a Penélope habiendo perdido todo y de algún modo habiendo sido devorado por el dragón. Me parece muy hermosa esta imagen de tratar de matar al dragón para acabar devorado por tan instintivas fauces, por las propias pasiones e inercias, por ese motor que lo mismo que nos lleva a la muerte, nos da la vida en el camino. Dragón que nos devora o que, de algún modo, integramos para, desde ahí, ganar también esa breve capacidad de hombre/mujer liberta, mas aceptando estos lugares inertes o salvajes que nos empujan. (Volvemos aquí a recordar que antes de querer integrar al dragón, habrá que morir matándolo).

Una última historia final para este tema me llegó de este hermoso cuento de Hellinger que creo que resume muy bien esta última mirada.

Un discípulo se dirigió a un maestro:
–¡Dime lo que es la libertad!
–¿Qué libertad? –le preguntó el maestro–. La primera libertad es la necedad: se asemeja al caballo que entre relinchos derriba a su jinete; pero tanto más fuerte siente su mano después. La segunda libertad es el arrepentimiento: se asemeja al timonel que se queda en el barco naufragado, en vez de bajar al bote salvavidas. La tercera libertad es el entendimiento: viene después de la necedad y después del arrepentimiento. Se asemeja a la brizna que se balancea con el aire y, porque cede donde es débil, se sostiene.
–¿Esto es todo? –dijo el discípulo.
Replicó el maestro:
–Algunos piensan que son ellos mismos los que buscan la verdad de su alma. Pero la gran alma piensa y busca a través de ellos. Al igual que la naturaleza, puede permitirse muchos errores, ya que sin esfuerzo sustituye a los jugadores equivocados por otros nuevos. Pero a aquel que deja que sea ella la que piense, a veces le concede algún margen de movimiento y, como el río lleva al nadador que se entrega a sus aguas, también ella lo lleva a la orilla, uniendo sus fuerzas a las de él.

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