De algún modo soy de la opinión de que uno escribe por necesidad. En este caso la necesidad de estos textos sobre el lugar es la de explicarme a mí mismo, la de contarme, la de poder “dejar caer” (o decantar) la experiencia para ponerla nombre. Y es que de algún modo, mi acercamiento al mundo de las constelaciones, ha sido un encuentro nacido de la “casualidad”, la curiosidad, del aprendizaje y también, en muchos momentos, un camino de lucha entre mi escepticismo y mi credulidad.
Hace poco una amiga me preguntaba si era consciente de que cuando hablo de las constelaciones muchas personas escuchan algo así como Budú, espiritismo o algo especialmente esotérico. Es cierto. Han sido varias las discusiones con amigos, conocidos o en redes sociales en torno a este tema. He entrado a muchos de estos debates porque fundamentalmente la cuestión habitaba en mí mismo, y eso ponía fuerza en la necesidad de defenderme, explicarme y también de intentar entender(me) mejor.
Son varias las veces que me ha preguntado ¿qué hago yo aquí? Varias las que he afirmado que “no, yo soy diferente”, en base a toda la jerga teórica, las sesudas lecturas y las acreditaciones que he ido acumulando durante años, y varias en las que constatado que esa diferencia era únicamente un espejismo, un juego del ego. Y, finalmente, después de un tiempo ha sido la confianza en la experiencia que he vivido la que me ha ido poniendo en mi lugar para llegar habitarlo de una manera más plena y aceptada. Y es que, frente a tanta duda y mirada escéptica, decidido quedarme con (y apostar por) mi experiencia. Como relata mi querida Silvia Navarro,
Con fervor cartesiano, a día de hoy, no puedo negar que el recorrido realizado me ha ido adentrando en un mundo de comprensión que no esperaba y que me ha regalado elementos muy nutritivos. Mirar y sobre todo mirarme desde un lugar nuevo y más abierto.
No puedo negar que me ha ayudado a acceder a lugares profundos de mi mundo simbólico, y de las diferentes pertenencias que me hacen ser quién soy.
No puedo negar que ha sido un camino de conexión con el cuerpo, de confianza en los movimientos que van emergiendo en mí, de aprendizaje de ese saber “arcaico” que fluye, también, a mi través.
No puedo negar que me ha ayudado a percibirme en relación, a poder comprender desde la experiencia encarnada esos patrones tantas veces repetidos en torno a los lugares que habito. Me ha conducido a tránsitos vitales que estaban tapados, me ha conectado con personas importantes para mí desde un lugar diferente, desde un reconocer el dolor sufrido y también el causado, desde un reconocerme como una vida más en unos sistemas (familiares, relacionales, organizacionales, vitales,…) que con mucho me trascienden y dotan de sentido.
Es por toda esta riqueza de recorrido y recogida de frutos que opto por mi experiencia. Pero eso sí, sin dejar de aceptar y de integrar también esta mirada escéptica que soy. Esa razón que tantas veces no se conforma, que trata de ampliar mi comprensión, que busca referencias, y trata de explicar(se) lo que vive, que encuentra algunas razones, y no para de encontrar nuevas dudas. Opto por la experiencia y es que como bien decía Kierkegaard «La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada.»
Y opto por la experiencia también desde la conciencia de que en ocasiones esta no concuerda con rutas claramente definidas ni categóricamente avaladas. Y esto en un momento como el actual en el que «las verdades» necesitan de un certificado convencional (adscrito a determinadas convenciones) y en el que conocimiento debe caber en un mapa de comprensión al uso.
Y es ante este constante juicio de la razón científico/instrumental que llega también el miedo. Y es que da miedo que a uno se le acaben los mapas, a mí al menos me lo da. En un mundo como el actual en el que la ciencia (entendida desde una lógica positivista, supuestamente objetiva, y cada vez más influenciada por la necesidad imperiosa de generar conocimiento útil y, por q no decirlo, rendimiento económico) está adquiriendo casi naturaleza de ídolo, se hace difícil apelar a “verdades” sin certificar. Y esto le deja uno en ocasiones frente a la decisión de adentrarse en un camino que va más allá de lo constatado, en un camino que apela a la opción, a ejercitar el derecho de buscar y porque no, en ocasiones, también de equivocarse.
Hoy florecen un gran número de propuestas de muy diverso cariz para solucionar cualquiera de los males del mundo, mientras se desarrollan grandes esfuerzos por fomentar una cultura científica (certificada por determinados estándares) que abarque cada vez más aspectos de la vida humana.
Desde los debates a favor o en contra de la homeopatía, hasta las campañas en contra de lo que algunos denominan como pseudociencias, nos encontramos con movimientos polarizados en relación a un gran número de propuestas. Quizás, como bien decía mi querido amigo Asier Gallastegi nos movemos en un equilibrio entre los ciencinazis y la maguferia.
Sin embargo desde mi punto de vista, hoy estamos en un momento especialmente desequilibrado en esta pugna de saberes, estando sobre todo cada vez más alejados de nosotros y nosotras mismas, de la naturaleza (ante todo de nuestra propia naturaleza y ser). Quizá por eso los mapas de la ciencia, siendo anclas y punto de partida en ciertas búsquedas, no sean los mapas únicos y en ocasiones ni tan siquiera los más fiables. Y es que, citando a Yayo Herrero
Son muchas las reflexiones que nos ayudan a cuestionar esta intencional deriva hacia modelos teóricos basados en la evidencia. Modelos que si bien pueden servir indiscutiblemente en el campo de la física, la química, o las ciencias naturales, son ampliamente discutidos en otros ámbitos que engloban dimensiones quizás mucho más complejas como el comportamiento humano o social. En este sentido me parece muy interesante la afirmación que Guillermo Rendueles sitúa en el campo de la psiquiatría pero que bien podría vincularse a gran espacio de lo que denominamos como “ciencias humanas” y (porque no también) sociales. .
Es por ello que junto con la mirada de la ciencia (que sigue siendo un importante motor de avance de todo lo humano) creo que hoy es fundamental poner fuerza (y equilibrar la vida) desde perspectiva de la conciencia, entendida como un proceso de contacto con la propia vitalidad, con la propia esencia, con la propia humanidad.
Son varias las tradiciones (terapéuticas, antropológicas, hermenéuticas, filosóficas,…) y las vanguardias que nos pueden ayudar en esta vuelta al contacto con uno/a mismo/a, a ese retorno al lugar que uno habita. No se trata tanto de encontrar caminos fáciles y rápidos para este contacto, de aceptar cualquier nueva ola, moda o propuesta esotérica y si de seguir sendas que otras tantas personas nos están abriendo desde el riesgo de sus vidas y desde el compartir las experiencias que muchos saberes acumulados a lo largo de décadas e incluso siglos nos siguen aportando.Y quizá se trate también de tener la mente mucho más abierta y receptiva, y mucho más humilde sobre todo en relación con tradiciones que nos llegan de otros lugares del mundo y de las que tanto tenemos que aprender.
Así no se trata aceptar cualquier verdad por la necesidad de encontrar ese contacto y si de conectar y confiar en la propia experiencia desde el estar acompañado por comunidades en búsqueda de nuevas formas de vida más armónicas con la propia existencia y más capaces de integrar todo lo humano sin tratar de dominarlo sino más de aceptarlo y comprenderlo.
En este camino para mí está siendo importante el encuentro con el trabajo desde las constelaciones tanto familiares como organizacionales y también con la perspectiva sistémica como espacio de experiencia creciente y diversa. Y es desde mi propia experiencia y desde la gran cantidad de aportaciones basadas en las tradiciones antedichas desde donde me sitúo para poder continuar por este sendero sin certezas pero con la confianza de moverme en un lugar compartido y, desde mi punto de vista muy enriquecedor.