Divagaciones y caminos en torno a la idea lugar desde la experiencia del trabajo de representaciones sistémicas y constelaciones.
Duermete fiu del alma
“Duermete fiu del alma que vela tu sueñu
palomina de blanco que nun tien aleru
Agora non, mio neñu, agora non.
Si viviera to padre que yera tan güenu
collarinos de plata pusierate al cuellu.
Agora non, mio neñu, agora non.
Pensamientos tan tristes marchaivos agora
que nun puede dormise el neñu que llora.
Agora non, mio neñu, agora non.”
Canción popular a asturiana
Solía cantarle esta canción a mis hijas. La llevo en mi memoria con mucho cariño y a veces me vuelve, como un resuello que me despierta y emociona. No deja de ser una dura historia que me habla del amor, de la falta y de la necesidad de seguir viviendo y durmiendo(se) a pesar de los dolores.
Siempre he creído que las canciones vienen a habitarle a uno por algo, y por eso suelo tener la conciencia puesta en lo que me dicen sus letras. Curiosamente, en cuanto empecé a pensar en este texto sobre “el lugar” apareció inesperadamente esta canción (que en principio no tenía nada que ver con el tema) y, dentro de su recorrido, me llevó a fijarme en una frase concreta: “Duermete fiu (hijo) del alma que vela tu sueñu palomina de blanco que nun tien aleru”.
Se me hace un juego de palabras especialmente hermoso. De alguna manera hace un paralelismo entre ese niño que se quiere dormir y que se ha quedado sin padre y esa paloma que vela por su sueño sin tener un alero (un lugar) en el que posarse.
Me quedo con la imagen de ese alero, de ese trozo escaso de cubierta que sobresale de los tejados y nos protege, a los que habitamos, de las lluvias, mientras que sirve de descanso y trampolín para los vuelos de las palomas. Pienso que a veces los Padres podemos ser también esto. Un lugar que, aunque en ocasiones aparente dimensiones reducidas, significa un asidero vital que, bien ubicado, nos permite cumplir con la función de lanzar (sostener y acompañar) a nuestros hijos e hijas a la vida.
Junto con esta canción también me despertó la atención la imagen del arco en la que nos invita a sumergirnos Khalil Gibran “Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (…). Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”. Esa cuerda del arco. Otro lugar escaso en el que apoyarse.
Y ese arco que se comba para favorecer el lanzamiento mientras enfoca un destino elegido. Y es que, a veces no sólo es el lugar concreto sino los atributos y cualidades propias o sentidas (la dirección o el horizonte que nos marca, la fuerza que nos hace sentir, la tensión del espacio fisico, el impulso o la esperanza que nos trasmite…)
Una última imagen me llama la atención para exponerla en esta introducción. Una imagen que surge mirando al mar. En estos últimos tiempos estoy leyendo mucho en torno a la idea de vivenciar la realidad no tanto como un espacio estático, un concepto demostrable o un “objeto” que se puede explicar y de algún modo retener, sino como un presente continuo, una experiencia inasible ante la que podemos estar abiertos o cerrados. Un aquí y ahora del que nos alejan nuestras inercias, costumbres o bloqueos.
“PREMISA DOS: LA VIDA FLUYE A TRAVÉS TUYO, EXCEPTO CUANDO NO LO HACE. […] Esta noción de la vida fluyendo a través de nosotros tiene dos aspectos, uno es la sensación sentida de una presencia energética o espíritu que fluye a través de todas las cosas. Sentir esta presencia nos proporción armonía y conexión. El segundo aspecto es una dinámica psicológica: todas las experiencias básicas del ser humano te visitarán una y otra vez. No hay nada que puedas hacer para evitarlo: simplemente por el hecho de estar vivo te sentirás tocado repetidamente por la tristeza, la felicidad, al aire, la alegría, la decepción y así sucesivamente.”[1]
En este contexto cuando reflexiono sobre este tema la mirada se me va hacia las velas de los barcos[2]. Y es que a veces el lugar que habitamos puede asemejarse a esa tela ligada a favor o en contra de los vientos, expuesta a los temporales o hambrienta de la más mínima brisa, recogida, o absolutamente desplegada… Quizás el lugar pueda ser también esto. Un mástil fijo en el que nos tocó nacer, anclado a un barco que navega por el inmenso océano, por un mar doméstico o varado en un puerto comercial. Un mástil desde el que nos ofrecemos a los vientos, caprichosos, para poder continuar (o no) con los destinos de la vida.
Son tres imágenes (lugares concretos), a mi modo de ver, sugerentes para hablar de un tema “EL LUGAR que habitamos”, que para mí está siendo especialmente central en un momento como el actual en el que la solidez está dejando paso a un mar de posibilidades y trayectorias, a una sociedad líquida o liquidada como la nombraba Guillermo Rendueles[3].
[1] Stephen Gilligan, La valentía de amar, Ed. Rigden, 2008, p.36,67.
[2] Recuerdo también una imagen similar compartida por Cecilio Fernandez Regojo en un taller de formación.
[3]entrevistado con motivo de su libro egolatría http://documentacion.aen.es/pdf/revista-norte/volumen-vi/revista-24/041-a-proposito-de–egolatria–entrevista-a-guillermo-rendueles.pdf
*** Las figuras de las imágenes son creación de Luis Artola. http://artolabiolingilea.com