Artículo publicado para BBKfamily que fue publicado el 21 de enero de 2021 tanto en su Blog como en su espacio Web del Correo español. https://bbkfamily.bbk.eus/es/como-el-pasado-la-relacion-con-tus-padres-influye-en-la-presente-relacion-con-tus-hijos-e-hijas-y-cual-es-el-legado-de-esa-crianza/
Seres interdependientes frente al mito de la independencia. Somos seres criados que expresan estas crianzas en sus maneras de criar.
En el año 2011 a Samuel Aranda le concedieron el premio World Press Photo por una imagen en la que una mujer yemení abraza a su hijo represaliado en una protesta por las tropas gubernamentales. Dicen que cuando recibió el premio una de las primeras cosas que hizo fue volver a la ciudad donde tomó la imagen y buscó a Fatima Al Qaws y su hijo, Zayed para poder dedicarles el premio y reconocer así la trascendencia de la imagen que reflejaba un momento tan preciso, intenso y doloroso. Cuando les encontró les recibieron en su casa donde viven las más de cien personas de su familia. ¡Más de 1oo personas!
Suelo recordar esta breve historia para dar cuenta de algo que quizás se nos ha olvidado. Hace no demasiado, y todavía hoy, en gran parte de nuestro desconocido (o intencionalmente olvidado) mundo, ser parte de una familia era (y es) algo que va mucho más allá de un padre una madre (o dos padres o dos madres, o una sola o uno solo) y uno o dos hijos. Es sólo en estos últimos cien años y en algunas zonas de nuestro occidente que el concepto de familia se circunscribe a algo tan concreto como lo que entendemos como familia hoy. Esos dibujos de no más de cuatro o cinco personas y que, en algunas ocasiones, también incluyen algún abuelo o abuela o tía…
Hasta hace no mucho ser parte de una familia tenía que ver con un legado que, más allá de darnos identidad y pertenencia, también nos configuraba, constituía, estructuraba y de/limitaba de manera muy estrecha en todos los contornos de nuestra vida. Y, evidentemente, también en la manera en la que éramos criados y en la que trasmitíamos esas crianzas. Ser de determinada familia marcaba y conformaba casi de manera automática cómo debíamos ser, cómo nos debíamos comportar y también como debíamos criar y ser criados.
En este marco criar era mucho más que hacer, era ser cómo, era ser parte de. Una educación y una crianza transmitida a través de un continuo de elementos en su mayoría tácitos, obvios, sin explicación. Una educación trufada de refranes, frases hechas, mandatos y sobre todo hábitos y modelajes sin discusión. “¿Y por qué? Pues porque yo lo digo y punto.”
Parece que nos jugáramos la educación de nuestros hijos e hijas en cada conducta que desplegamos
Por el contrario, parece que hoy la crianza y nuestro ser padres y madres ha cambiado el foco de los modelos de crianza. Hemos dado un doble giro hacia una educación “a la carta” en la que decidimos el modelo que queremos para nuestros hijos e hijas y en la que las personas implicadas somos cada vez menos. Familias de tres, cuatro integrantes cada vez más distanciadas de los “clanes” familiares extensos.
Una evolución que incorpora también un giro hacia elementos explícitos, que podemos explicar con razones, y más conectada con lo concreto, con lo que hacemos, con las acciones que ponemos en juego en la relación. De algún modo es como si hubiéramos descubierto una tabla rasa, desligada del pasado, en la que nos “jugamos” la educación de nuestras hijas e hijos en cada conducta que desplegamos. El foco se ha desligado del ser, del ser parte o ser cómo, hacia el hacer.
Nos encontramos con un tiempo que nos brinda la posibilidad de generar nuevos modelos educativos frente (o complementariamente) a los que hemos recibido, en el que hemos conquistado, como en otros terrenos sociales, la libertad de poder elegir. Por contra, en la otra cara de la moneda, nos conecta también con el peso de la responsabilidad de ser quienes tenemos en nuestras manos su futuro, y en no pocos casos, con la culpabilización social cuando las crianzas desembocan en dificultades, o en “conductas socialmente problemáticas”.
Desde este modelo histórico en el que cada conducta tiene que tener una intencionalidad educativa nos encontramos con un continuo mercado de propuestas y de ofertas educativas vinculadas a muy diversos enfoques, una visita al IKEA de las formas de educar. Del mismo modo nos vamos a encontrar con un reguero de grupos de whatsapp, blogs, coaches, psicólogos y gurús de la educación que van a estar allí para ejercer de jueces/espejos de cada una de estas elecciones.
A veces puede llegar a ser agotador. Hace algunos años una compañera me decía que su pediatra se estaba encontrando con muchas madres (sobre todo) absolutamente abrumadas por esta responsabilidad. Decía algo así como “si con cinco años de crianza cada interacción educativa la vivís con esta intensidad y sentido de la responsabilidad, cuando lleguéis a la adolescencia vais a estar agotadas.”
La libertad de elección, ¿Una libertad tan liberada y real?
¿Pero de verdad nos hemos desligado tanto de los modelos familiares? ¿Es tan cierto que somos nosotros y nosotras las que, haciendo un ejercicio consciente, decidimos los modelos educativos desde la base de encontrar lo mejor para nuestros hijos e hijas?
A mi modo de ver, este desmesurado foco en las conductas y esta sobrerresponsabilización, tan de nuestra época, obvia algo tan elemental como el darnos cuenta de que gran parte de estas conductas educativas que actuamos pretendidamente con consciencia, están muy condicionadas por introyecciones, aprioris o modelajes que no hemos digerido y que repetimos imitando o reaccionando a ellos acríticamente.
Maneras de ser y de educar que hemos in-corporado y que tendemos a justificar siendo leales, sobre todo, a las personas que nos los han transmitido. O, por el contrario, reaccionando ante ellos, tratando de hacer diferente, y en no pocas ocasiones lo opuesto. Este juego de espejos en el que nos reflejamos en lo que hemos vivido va a estar presente en muchas de estas elecciones, a través de nuestras palabras, en nuestros énfasis, en nuestra mirada, en aquello en lo que nos fijamos y en lo que no, en los cuerpos que somos y con los que reaccionamos…
Es algo que no deja de ser evidente en el reconocernos en las palabras de nuestros padres y madres cuando nos dirigimos a nuestros hijos e hijas. En tantas declaraciones que están en sintonía con los mensajes que hemos recibido y que seguimos transmitiendo, en los trabajos que hemos elegido, en los partidos a los que votamos, en nuestras ideologías con las que, no pocas veces, seguimos “adoctrinando” a nuestros hijos e hijas.
Es una influencia que va desde aspectos muy evidentes, como los referenciados, hasta elementos más profundos, inconscientes o sutiles, abarcando incluso elementos que trascienden nuestra propia vivencia y se circunscriben a dinámicas familiares transgeneracionales. Diversos aspectos que veremos reflejados en los variados ámbitos de la psicología o del conocimiento personal y que nos permitirán acercarnos a diferentes “niveles de conciencia”, algo así como capas de cebolla que cada persona puede, si necesita o desea, abordar desde una gran diversidad de enfoques y formas de trabajo. Un influjo que podemos ver representado también en la imagen del iceberg, que nos recuerda cómo, el volumen más notable de sus dominios va a permanecer bajo la superficie de la consciencia.
Quizá por ello a veces no nos damos cuenta de su influencia más que por situaciones o preguntas indirectas. Dificultades o inquietudes que nos obligan a pararnos a pensar, o más a experienciar la relación de los problemas actuales con situaciones vividas o con algunos de los “nudos” en el ovillo de nuestras vivencias.
¿Te has encontrado alguna vez repitiendo, persistiendo de manera obstinada en las mismas acciones en relación con tus hijos e hijas aún y a sabiendas de que no te están funcionando? ¿Te has sorprendido al reaccionar de manera excesiva ante determinados temas o situaciones y sin entender por qué no puedes dejar de actuar así mientras generas distancias y bloqueos en la relación? ¿Te estás encontrando algún enredo en relación con tus hijos o/e hijas que siempre te lleva al mismo lugar sin entender muy bien el por qué? ¿Encuentras un patrón que se repite en las relaciones familiares que está bloqueando vuestra relación como familia?
Preguntas que refieren a patrones, a modos de funcionar “automáticos”, a verdades sin discusión, a excesos de emocionalidad, que nos pueden estar guiando hacia escenarios vinculados con estos orígenes. Son preguntas que nos azoran y desconciertan. Y, sin embargo, como en cualquier otro ámbito de nuestra vida, son también voces que nos incitan a buscar. Y es que quizás sólo cuando nos nacen preguntas, dolores o inquietudes, encontramos el hambre y la energía necesaria como para aventurarnos por estos senderos.