Pantallas y adolescencia. Entre el mercado, la proyección y el proyecto
Hace unos meses una secuencia de la serie Marco Polo me dejó pensando. En ella una concubina China en el reino de Gengis Kan mantiene el cuchillo sobre el cuello de su supuesto amado y confidente. Él, un alto cargo de confianza de Gengis Kan, tiene la mirada absorta. No es capaz de creer como esa mujer, que tanto parecía que le amaba, estaba a punto de degollarle.
En ese momento ella le explica cómo es la educación de una concubina. Cuenta como lo primero que hicieron en su instrucción fue encerrarla en una sala de espejos durante un mes. En ese tiempo solo se miraría a sí misma y no saldría de ahí hasta que no fuera capaz de imitar todas las emociones posibles sin ser descubierta en el engaño. Todas las emociones, salvo aquellas que podrían asustar o desagradar a un hombre. Una mujer capaz de reproducirse a sí misma y mimetizarse con esa imagen del espejo. Una imagen que, sin duda, podría llegar a confundirse con la realidad que el espejo le devuelve.
A veces, cuando veo a mi hija adolescente y a sus amigas entre su mundo de tik toks, de Instagram, de selfies, me acuerdo de esa imagen. Es como si necesitaran recurrir irremediablemente una y otra vez a la presencia de esa imagen del espejo. Es como si la imagen del espejo fuera el lienzo en el que ubicar su reflejo y con él, su seguridad, su autoestima, su proyección, ese proyecto siempre inacabado de sus (y nuestras) identidades en construcción. El lugar también en el que fraguan sus relaciones, su futuro y en el que, a veces, no pocas, pueden llegar a pasar días, meses, de encierro, de aislamiento, de única o principal ventana al mundo. A la vida.
El espejo de las pantallas, un espejo omnipresente en la actualidad. Un espejo que han heredado, en el que nos ven desde niños y niñas pasar tiempo mientras crecen. Un espejo al que le están dando una nueva dimensión. Nativos digitales, dicen.
En este artículo os invito a acercarnos a la realidad de las pantallas desde la metáfora del espejo. En relación a tres dimensiones. El espejo como mercado, el espejo como proyección y el espejo como proyecto. Y desde un doble ejercicio de relajación con el espejo/ pantalla. Tanto por lo que nos proyectamos, a través de imágenes, de textos, de vivencias, de compartir y expresar, o del continuo fluir de me gustas, de followers, de retweeteos…, pantallas como espacio de expresión. Cómo de relación pasiva, como espectadores y espectadoras de aquello que nos gusta, de aquello que buscamos, de aquello que nos interesa. Como ese catálogo de información que ofrecemos con nuestras preferencias y recogen una y otra vez nuestros dispositivos. Que delata, organiza, vende (y modela a base de algoritmos) nuestras filias, fobias, nuestros deseos e intereses, nuestra personalidad…
El mercado de la atención es muy rentable
En primer lugar, es importante darnos cuenta del momento histórico en el que vivimos. En lo que denominan una sociedad de mercado, de consumo, en el occidente de nuestro mundo. Una sociedad en la que prevalecen las reglas del mercado, en muchas ocasiones por encima de otro tipo de valoraciones sociales o humanas. Así, la primera de las dimensiones tiene que ver con tomar conciencia de que, en esta sociedad que habitamos, el mercado de la atención es uno de los más competidos y rentables. La pantalla como un espejo que se alimenta de nuestra atención. Un mercado que no admite de cuestionamientos ni reglas y que es capaz de exponer a nuestros propios hijos e hijas a posibles riesgos por conseguir nutridos beneficios. En un momento en el que se está estudiando si el uso excesivo de las pantallas puede fomentar estados depresivos,[1]o en el que plataformas como Instagram confirman, a través de polémicos informes internos, cómo afecta a peor la autoestima de un significativo porcentaje de adolescentes[2], es importante tomar conciencia del uso que hacemos, y que hacen nuestros hijos e hijas de la pantallas.
[1] “Cada vez hay más evidencia de que existe un vínculo entre las redes sociales y la depresión. En varios estudios recientes, los usuarios adolescentes y adultos jóvenes que pasan más tiempo en Instagram, Facebook y otras plataformas mostraron una tasa de depresión sustancialmente más alta (del 13 al 66 por ciento) que aquellos que pasan menos tiempo.” https://childmind.org/es/articulo/causan-depresion-las-redes-sociales/
[2] Noticia en la que se relata cómo Facebook admite en documentos internos que Instagram es tóxico para muchas adolescentes
Como dice Byung Chul Han: “Cada época define la libertad de forma diferente. En la antigüedad la libertad significaba ser un hombre libre, no un esclavo. En la modernidad, la libertad se interioriza como autonomía del sujeto. Es la libertad de acción. Hoy la libertad de acción se reduce a la libertad de elección y de consumo.” Hoy parece evidente que nos jugamos gran parte de nuestra libertad en nuestra relación con las pantallas. Y esto es más cierto si cabe en el caso de los y las adolescentes quienes en muchas ocasiones están encontrando en las pantallas el medio de socialización fundamental. Relaciones mediadas por un dispositivo cuyos intermediarios tienen como objetivo que pases más tiempo conectado para ganar más dinero. Un mercado que a veces nos hace preguntarnos hasta qué punto somos los consumidores y consumidoras o hasta qué punto somos el producto[1].
[1] Como se argumenta en el documental “El dilema de las redes sociales”
Aunque quizá la respuesta pueda ser algo desoladora, creo que es una opción realista y situada el tratar de lidiar con este imperio articulado para captar nuestra atención, desde la aceptación de la época que nos toca habitar tratando de transitarla y vivirla. Desde la crítica y también desde el aprovechamiento de sus nuevas posibilidades. Armándonos de herramientas que nos ayuden a lidiar con los riesgos desde una perspectiva educativa. Y mucho más allá de los riesgos, que nos ayuden a integrar esta dimensión de sus vidas a la que tanto tiempo dedican (dedicamos). Formaciones como la de Ines Bebea en BBKFamily o proyectos como el de empantallados o pantallas amigas pueden ser buenas propuestas en este sentido. De lo que se trata en definitiva es de alimentar la conciencia crítica. De fomentar espacios de libertad. De preguntarnos y preguntarles de qué manera podemos ganar en libertad, no ya como consumidores sino como personas en un tiempo de pantallas.
¿Qué proyectan nuestros hijos e hijas a través de las pantallas?
Un segundo acercamiento desde la metáfora del espejo tiene que ver con poner atención en qué es lo que estamos proyectando y qué es lo que proyectan nuestros hijos e hijas cuando se exponen y se conectan a las pantallas. Como concubinas regalando miradas al espejo/pantalla, dedicándole nuestros tiempos y siendo a la vez modelados y moldeados por lo que nos muestran y reflejan.
Cuando miramos a las pantallas los cuerpos se adormecen y, sin embargo, cuando acabamos de mirarlas podemos notar cómo somos cuerpos que no han descansado, cuando no cuerpos más cansados aún. Cuerpos detenidos delante de una pantalla que al apartarse se sienten fatigados. Fatiga digital lo llaman. Cuerpos detenidos y cuerpos que, mientras miran, y sin conciencia, siguen en movimiento. Cuerpos pasivos, activados por la pantalla. ¿De dónde surge ese cansancio? ¿Qué hemos estado haciendo de lo que no hemos sido conscientes?
Una de las respuestas tiene que ver con entender esa mirada como un ejercicio proyectivo. Así, mirar la pantalla sería activarnos proyectivamente. Estamos de algún modo dialogando con nosotras mismas, a través de la mirada o de la expresión a través de las pantallas. Y lo estamos haciendo de una manera en la que en muchas ocasiones no estamos siendo conscientes.
Y es que cuando hablamos de proyección desde el punto de vista psicológico estamos hablando de un mecanismo de defensa de la personalidad. Una manera de hacer inconsciente que proyecta hacia afuera, hacía otras personas, situaciones u objetos, lo que nos cuesta ver en nosotras o, por el contrario, lo que desearíamos ver en nosotras y nosotros.
“La proyección es un mecanismo de defensa por el que el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus carencias.[1]“. “la proyección es la tendencia hacer responsable al mundo de lo propio, de lo que se origina en uno mismo.”[2]
[1] Definición de Wikipedia.
[2] , Peñarrubia, P. “Terapia Gestalt, La vía del vacío fértil.” Ed. Alianza Ensayo.2008.
Adolescentes leyendo novelas online sobre el primer amor, jugando a juegos militares, de rol, de futbol, revisitando miles de tik toks que imitan en forma de espasmos repetitivos, viendo la belleza deseada o envidiada, peleándose una y otra vez entre la pantalla, con sus consejos, y el espejo real, por el mejor maquillaje, por su melena que no acaba de quedar perfecta, derrochando ingenio en lluvias de memes contra determinadas actitudes, fascistas o progresistas, homófobas, o contrarias a la homofobia… Proyección como expresión de la personalidad. Como mecanismo necesario de construcción de la personalidad. Como puesta en la pantalla de nuestros deseos, miedos, y todo tipo de emociones que no acabamos de integrar en las series que consumimos, en los personajes públicos que odiamos, en el reguero de mensajes de Twitter, en los personajes de videojuegos que creemos encarnar, en los nicks de los chats. Proyección como aquello que no me atrevo a vivir, que deseo, a lo que tengo miedo, que me inquieta, que necesito, de lo que quiero huir,… que no concibo y que expreso de manera absolutamente inconsciente.
Lo mismo que antes podíamos acercarnos a su manera de entender la vida desde su manera de vestir, la tribu urbana para que se acercaban, su música. Hoy las pantallas nos ofrecen un derroche de espacios para ayudarnos a mirarles y entender su acercamiento a la vida adulta, sus necesidades, dónde se están jugando la identidad. Y del mismo modo nos puede ayudar a conversar a partir de estas proyecciones. A mirarlas como lo que son. Mecanismos de defensa y mecanismos de expresión. Proyecciones que no se trata tanto de combatir o condenar sino de integrar. Deseos, anhelos, envidias, miedos. Fragmentos que forman partes de un todo que somos y son. Ese puzle complejo y rico de la personalidad que están construyendo y que en la adolescencia vive un proceso de catarsis y de oportunidad para saberse aceptados, respetadas, acompañadas, limitados, sostenidos, enfrentadas, queridos y queridas.
En este sentido me pareció muy revelador un fragmento del relato documental “ESCAPANDO: Una película de vida.” en el que nos invita a cruzar al otro lado del espejo, a dejar de mirar y mirarnos, a acompañar en este cambio de foco a las y los adolescentes a quienes acompañamos. Mirarlos desde ese espejo en el que se miran.
“El espejo no es tu amigo hasta que lo atraviesas y te pones de su lado. No existe mayor enemigo que el reflejo de tu espejo. [….] El ego es el espejo invertido. Te hace ver la vida al revés. Cuando estás frente al espejo tú crees que estás viendo hacia delante, pero en realidad estás viendo hacia atrás, y la cara que ves no es tu rostro, es tu cara invertida. Cuando cambias el punto de enfoque es cuando puedes entrar a ver la otra realidad. Atraviesas el espejo y descubres una ventana y en la ventana lo importante es lo que alcanzas a ver, no el yo que ve”[1]
[1] PANDO, S “ESCAPANDO: Una película de vida.”Mexico, 2019
Cómo construimos el proyecto que somos
Finalmente, también me parece oportuno entender esta mirada al espejo no solo como una proyección o como un juego de mercado sino como la construcción de un proyecto. Mi querido Jordi Planella citando a Jean Paul Sartre refiere una de sus frases lapidarias “el hombre es un ser de proyecto”[1]. Es que más allá de lo inconsciente también en el mundo de las pantallas nos jugamos nuestra proyección como construcción del proyecto que somos y más en un momento tan crucial como nuestra adolescencia.
[1] Planella, J. “Proyectar y otras acciones Psicopedagógicas”. Ed.Fundació Universitat Oberta de Catalunya (FUOC), Barcelona 2021
Entender cómo miran a las pantallas desde esos lugares en los que tratan de construirse. Los mundos que imaginan para sus futuros. Las relaciones que les nutren o en las que fracasan y les empujan a seguir buscando unas nuevas relaciones diferentes con nuevos matices. Dialogar con ellos y con ellas a través de las pantallas que miran sobre cuál es su mirada al futuro. Entendiendo los no desde la negatividad si no desde el deseo y la mirada confiada de personas que tienen futuro. Que tienen fuerza para construir su futuro.
En este sentido me parece fundamental sobre todo la necesidad de pararnos para ser capaces de construir narrativas. La construcción de espacios con significados en un momento en el que la velocidad de las pantallas no nos deja pararnos a pensar en estos proyectos. Encontrar narrativas en tiempos de TikTok. En tiempos en los que las pantallas fragmentan constantemente nuestras vidas con un bombardeo de atenciones dispersas. Ser capaces de construir espacios para tejer estos hilos de la narrativa de las vidas de las adolescentes a los que acompañamos.
Espacios en los que contar y contarnos. Espacios en los que podemos aprovechar también de las potencias de las pantallas como espacios de comunicación para relatar, de una manera consciente, cuáles están siendo estos proyectos de vida. Espacios de expresión a través del teatro, a través de la imagen, a través de la escritura, a través de la generación de proyectos en común, de constitución de organizaciones, espacios de encuentro vinculados a deseos y gustos en común.
Ejemplos como el proyecto #12nubes, una experiencia pedagógica integral que pretende integrar la acción educativa en el mundo virtual con la acción en el mundo real, la educación formal con la no formal, partiendo de una red creciente de personas cercanas y abriendo la experiencia a las potencialidades de la Red. O el Programa de Narrativas RYOS, dirigido a adolescentes de 16 a 18 años. RYOS (Rewrite your own story: Reescribe tu propia historia) en el que utilizan la fuerza de la escritura como herramienta de intervención social.
Pero, sobre todo, el poner la atención y el diálogo en aquellos intereses, en aquello que está moviendo a nuestros hijos e hijas. Tirar del hilo de su motivación para proyectar futuros. En un tiempo de tanta fragmentación y dispersión, en el que nos movemos cada vez más hacia el inmediatismo, necesitando conexiones más y más rápidas, para satisfacer deseos cada vez más y más efímeros, es crucial seguir estos hilos para construir una narrativa, un hilo argumental. ¿Cómo desean sus futuros? ¿Qué les estimula? ¿Qué les da miedo? ¿Qué esperan,…?
Frente a la negación. Frente al constante “deja la pantalla”, o más bien además de, es necesario también poner la mirada en esta motivación. Desde la positividad de sus impulsos validados, de sus necesidades y filias, de sus deseos de juego, de sus atrevimientos, de sus apetencias. Construir también a favor de la corriente. Desde una mirada confiada. Que, aunque en muchas ocasiones no comparta, que no entienda, que le parezca arriesgada o atrevida pueda también confiar y apoyar en la construcción de estas narrativas siendo conscientes también de la posibilidad del error, del fracaso y de la necesidad en muchas ocasiones de devolver los riesgos del camino de estos proyectos y de poner límites en estos recorridos.
Y tratando de devolver siempre el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros hijos e hijas adolescentes. El regalo de nuestra mirada que confía. Una mirada que las y les acepta como son. Con toda la contrariedad y también con toda la dificultad que para nosotras entraña ese mirarles. Con la honestidad de ser capaces de mostrar y transparentar nuestros recelos, nuestras dudas y nuestras contradicciones, como los que son: NUESTROS recelos, dudas y contradicciones. Todo un proyecto a recorrer. A acompañar en el que no dejamos de ser parte. Pantalla hacia la que caminar juntas. A por ello.
Raúl Castillo. Psicólogo y educador social
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